Manual de instrucciones para encontrar textos de José Kozer en la web

miércoles, 10 de octubre de 2007

Como usted ya ha abierto esta página, y se encuentra leyendo este texto podemos deducir que su computador está enchufado y encendido, así que omitiré este paso. Vaya a su “escritorio” e identifique, visualmente, el icono de su navegador de Internet. Si posee más de un navegador, deberá tomar una decisión trascendental para su búsqueda. Una vez que haya encontrado dicho icono, arrastre el mouse hasta él y haga dos clic. Una vez que haya cumplido con este paso, diríjase a la barra de herramientas y en el espacio destinado a escribir la dirección web que desea visitar, escriba lo siguiente: www google.cl. Ahí hay un espacio destinado para que usted escriba, con toda libertad y sin censura lo que desea buscar. Entonces, en este espacio usted escriba el siguiente nombre: José Kozer. Y luego pincha el botón que dice “buscar”. Luego, debe esperar algunos segundos y aparecerán en su pantalla un montón de páginas que muestran su biografía y algunos de sus textos. Verdaderamente, y lo digo con toda la responzabilidad que mi posterior afirmación conlleva, ¡no es nada de difícil!

Acto seguido, proceda usted a elegir la página que le parezca más interesante. Una vez que tenga lista su elección, puede arrastrar el mouse hasta ella y hacer un solo clic. Espere unos segundos más, y su lindo computador le mostrará lo que haya usted seleccionado con anterioridad. Eso es todo.

Para todos aquellos que encontraron poco claro este manual, un regalito. El siguiente poema es del maestro.

Ánima

Me siento alarmado, la mano al costado, un objeto rapaz (verdinegro)

señala el camino del orín, no sé si en el reflejo de la ventana o en el
               vientre: la noche está oscura, confundo significados,
               puedo repetir en voz baja algunas palabras (zarco)
               (epístola) se me revelan anversos, y el blanco
               hospitalario de los cuartos de baño alicatados me
               revela sus metales inoxidables, espejos ovalados
               (no quepo) la barba en su segundo día (carmelita)
               hálito, algunas pomadas, el hamamelis, agua
               boricada (amdre) una playa, golondrinos (frotar) las
               axilas: alarma el color vino, el tiro del pantalón que
               parece buscar (rebuscar) el subsuelo, gabardina o
               casimir, mezclilla o dril, oruga no, verme tampoco,
               no es gusano de muerte o de seda, hoyo fijo, pantalón
               a todas luces, trabillas, portañuela, y a tu oficio: alarma
               del aire ennegrecido en la oscuridad total de esta noche,
               lo veo rebrillar buscando riberas, pétalos oscurecidos por
               el lustre amarillento de la luna requemada por luces de
               neón, alarma verdadera la luz fría (externa) de la luna
               (me refiero a esta noche: ninguna otra): nada impide la
               oscuridad, nadie identifica el color vino en cuanto color
               vino ni la potencia en los tobillos de mi madre plantada
               de piernas abiertas en la arena de una playa (Guanabo) en
               las afueras (1948) de La Habana, nada más necesario que
               ella, afincada, una torunda de algodón en rama, tiene
               dimensión, fronda, arboleda, la empuña, me frota las axilas,
               coloca un emplasto, estoy limpio, estaré curado, buen
               puerto, a buen recaudo: no temo. No padezco. La alarma
               no es más que un alambique, tropiezos de pies al cruzarse
               entre meandros del camino, dunas altas, macaos, más allá
               de la luna una efigie, los pies enredárseme con trebejos,
               trípodes, un tibor al pie de la cama, búcaros de hojalata, 
               soy de azófar, de crisolita soy, el crisol me rehace para un
               padre para una madre, doy gracias al Altísimo por el estero,
               guía de mi mirada: una mesa redonda, dos sillas de curvo
               respaldo, el asiento ovalado, la carcoma precisa, ánimo de
               un reloj de arena la carcoma precisa, y mi mujer (quizás sin
               querer la he alarmado) sus cabellos cortos (sargazo) un corto
               brazo en alto (nácar) deposita el pan devenido espiga sobre
               la pequeña mesa al fondo del estero, y sirve el café, café
               revertido luz a la espera de la pupila de la luz, efímeros,
               tras el último buche, su regodeo, reconocer más allá de la
               mirada la tajante función de la aurora.

TV

martes, 2 de octubre de 2007




Octubre ha llegado con escándalo, el trabajo se acumula, los hijos han crecido una enormidad y Papi Ricki terminó… (y declaro con voz férrea que soy una mamona y pajeo el ojo viendo teleseries) ¡Pobre infeliz! Tuvo una infancia de mierda, le dejaron tirada a la hija, anduvo prófugo de la justicia, era alcohólico y se le muere la mujer en el último capítulo. UF!... pero más infeliz debería ser el o los dueños de la clínica las nieves, pues la dejaron como las huevas. Se muere la Colomba y “los médicos” se quedan mirando como idiotas las máquinas de monitoreo. Si sólo les faltaba excusarse diciéndole a Ricardo “disculpa viejo, nosotros solo somos malos actores” La mina no tiene vuelta JAJAJAJA.

No es menor el fenómeno televisivo que estamos viviendo. Los comerciales van inmersos en las novelas, cuando los personajes van a comprar al Jumbo y almuerzan tomando coca cola. Los mejores capítulos ya no son los últimos, sino los primeros para captar la atención de la audiencia. Protagonistas y antagonistas son la misma mierda y qué más da, si ya hay un millón de jiles (entre los cuales me incluyo y abandero) que quieren saber de copuchentos qué pasa, o mejor dicho, qué pasó para tanta cagada junta… los finales son re obvios y apurados y dan lo mismo. Si el final es como el hoyo será, con suerte portada de algún diario como las últimas noticias y ya es historia vieja. Somos los televidentes los insatisfechos, pero claro, ya nos metieron el dedito con las propagandas y comerciales… nadie va a reclamar por un mal final, porque más encima ya nos dieron el Happy ending y la vida y las cuentas, y el transantiago continúan. Deberíamos asociarnos, los televidentes mal satisfechos, y poner una demanda en el SERNAC. Somos consumidores de TV, la que nos invita a consumir otras cosas ¿no? Eso nos convierte en una especie de ARCHICONSUMIDORES y supongo yo que tenemos algún derecho como tales ¿o no?... creo que no. En fin. Nadie demanda a los escritores por escribir malos libros ni a los productores cinematográficos por hacer malas películas. Pareciera ser que perder el tiempo es exclusiva responsabilidad de quien osa a perderlo… más que mal, perder el tiempo, hoy en día, es una verdadera osadía.